“Independencia” era para Belgrano emancipación del coloniaje y unión continental:
La palabra Independencia, significaba para él emancipación del coloniaje, es decir, autogobierno de los pueblos americanos, libres de toda opresión extranjera. Cuando el brigadier general Crauwford, prisionero en Buenos Aires, intentó sondear su ánimo contra España sugiriendo el apoyo de Su Majestad británica al movimiento independentista él replicó: “Queremos al amo viejo o a ninguno”. Expresión irónica con la que le dio entender que, aún cuando estuvieran en desacuerdo con el Rey de España no por eso los patriotas se iban a vender a Inglaterra. Independencia no era independencia de Buenos Aires.
En esto se distinguía claramente de otros cuadros dirigentes de la burguesía comercial porteña. Su visión era americanista: quería la independencia de toda la América hispana y cuando se refería a la Patria, aludía a toda la América y no sólo a Buenos Aires, ni siquiera al ex Virreinato del Río de la Plata. Su campaña del Alto Perú no tenía como objetivo solamente rechazar al invasor colonial sino llegar hasta Lima, centro del poder contrarrevolucionario. Como Monteagudo, como San Martín, como Bolívar, soñaba con una Hispanoamérica independiente y unida.
Se enfrentó a los dirigentes de Buenos Aires del estilo de Rivadavia, cuando éstos intentaban defender la Revolución solamente en la capital y abandonar a las provincias. También se enfrentó a la inteligentzia porteña al erigirse en campeón de los altoperuanos, despectivamente denominados los “cuicos”.
En el Congreso del Tucumán abogó con su prestigio frente a los diputados para forzar una Declaración de Independencia que los más cobardes se resistían a suscribir. En esto, como en tantas cosas, su pensamiento concordaba totalmente con el de San Martín.
Su idea de la “monarquía incaica”, monarquía constitucional con un Inca a la cabeza, tenía varios objetivos: por un lado, adaptarse a la corriente legitimista de Europa que utilizaba su odio al republicanismo como excusa para auxiliar a España en la reconquista de América; por otro, conquistar la adhesión de los indígenas del Perú y el Alto Perú, que seguían siendo devotos del recuerdo del Inca. Pero en Buenos Aires la mentalidad racista lo ridiculizó señalando que pretendía poner en el trono a un “indio de patas sucias”.
Esta reivindicación del Inca se vincula con su constante defensa de lo americano autóctono y de los aborígenes. En las Misiones ya había dictado un reglamento reconociendo los derechos de los indios. En el Alto Perú mantuvo la política iniciada por Castelli, quien había proclamado la emancipación de las razas indígenas junto al lago Titicaca honrando el recuerdo de Tupac Amarú, y la profundizó incorporándolos a sus fuerzas y dictando medidas para garantizar a los indios la propiedad de sus tierras ancestrales.
Su defensa de los aborígenes formaba parte, por un lado, de su doctrina de los derechos humanos y por otro lado de su reivindicación de lo “americano”.
En las escuelas por él fundadas, sostenía que debía enseñarse a los alumnos “un espíritu nacional” que les haga preferir “el bien público al privado y estimar en más la calidad de Americano que la de Extranjero”. Como se advierte, no hablaba de argentino, porteño o rioplatense: hablaba de americano.
Aquí vemos otras nuevas manifestaciones de la actualidad de su pensamiento. El problema de la explotación, discriminación y sometimiento de los aborígenes es una deuda de las naciones americanas. El pueblo de Bolivia lucha hoy encarnizadamente para sostener el primer gobernante indígena después de quinientos años de dominación, agredido por la alianza de los blancos ricos de Santa Cruz de la Sierra y la embajada de Estados Unidos. ¿Cabe alguna duda de qué lado estaría Belgrano en esa confrontación?
En la disputa de modelos entre aquellos que sostienen la necesidad de integrar a los pueblos latinoamericanos en un espacio común en defensa de sus intereses, llámese MERCOSUR, Unión Sudamericana o el nombre que se desee, y aquellos que pretende la atomización de esos mismos pueblos para someterlos a nuevas formas de coloniaje, a las “relaciones carnales” y a la explotación por los países del Primer Mundo, y sobre todo a la obediencia hacia la gran potencia hemisférica que nos mira como su “patio trasero”, tampoco puede caber duda de cuál habría sido la posición de Belgrano, defensor acérrimo de la identidad americana y la unión y hermandad de nuestros pueblos.
Tomado de: Blog de Gustavo Coronel
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